Más allá del ARN: coronavirus, amenaza global.

La humanidad está enfrentando el día de hoy una situación cuyo precedente más similar se remonta hacia cien años atrás. Las posibilidades de una pandemia eran reducidas en su mínima expresión por los gobernantes, e incluso, nunca se prestó atención a buscar las maneras de estar preparados y prevenidos para contener y mitigar los efectos de un escenario tan excepcional como el que estamos viviendo ahora con el SARS-CoV-2, popularmente conocido como coronavirus. 
Según las hipótesis más aceptadas, el SARS-CoV-2 es una zoonosis entre un virus que produce enfermedad en los murciélagos y los seres humanos cuyo brote epidemiológico tuvo origen en la famosa ciudad China de Wuhan. Sus síntomas más frecuentes son: tos, falta de aire, y fiebre. Recordemos que los coronavirus producen enfermedades que afectan, principalmente, al sistema respiratorio condicionando por ende, ataques de neumonía que, en pacientes mayores o con patologías previas especialmente, pudieran ameritar hospitalización y uso de ventiladores para proporcionar oxígeno.

Es importante resaltar que no existe cura ni vacuna para el nuevo coronavirus, y que es altamente infeccioso en comparación con otras enfermedades, aunque también es mucho menos letal que el VIH o la influenza. Su R0 (número básico de reproducción) es de 3,30-5,47 personas por portador, lo que significa que es mucho más fácil de contagiar si es comparado con la gripe española. Por ende, las medidas que están tomando los jefes de gobierno de la mayoría de los países del mundo es de contención, a través de la cuarentena o confinamiento más estricto posible para evitar el colapso de los sistemas sanitarios como está ocurriendo en Italia o España.

La gripe española mató a cincuenta millones de personas en todo el mundo en el año 1918, hace más de cien años y cuyo contexto económico y global no era, ni de lejos, parecido al actual. En este sentido es fácil deducir que el virus se propagó con mucha más velocidad, y abarcando muchos más territorios sin mayor complicación, lo que obviamente significa un exponencial número de personas expuestas a la letalidad de este coronavirus.

Debemos entender que esta es una situación sin precedentes que cogió desprevenidos a los gobiernos de todo el mundo, empezando por su país de origen, China. Estados Unidos de Norteamérica aunque tuvo un par de meses para contener la situación, no aplicó las medidas de contención necesarias para evitar la propagación y contagio masivo. Italia pasó en un mes de tener un infectado a contarlos por miles (más de 50.000 contagios, a fecha de hoy) y más de 5.000 fallecidos en una crisis que no da tregua y tampoco asoma su pico. Sin embargo, hay que entender que estos números son infravaloraciones pues no existe la disponibilidad ni logística suficiente para realizar pruebas masivas a medida que el virus se va expandiendo de forma agresiva y rápida. Es decir, el número de contagiados puede ser incluso exponencialmente superior en los curiosos casos de los portadores asintomáticos.
Los pacientes que desarrollan sintomatología están expuestos a una tasa de fatalidad variable e incierta, por ejemplo, en países como Italia la cota de letalidad supera el 8% de los contagios, mientras que en países como Alemania o Corea del Sur, la cifra es inferior al 1%. Esto podría deberse a la masificación de los test en estas dos últimas naciones,  y no a una selectiva e infame letalidad del virus según nacionalidad. Sin embargo, todavía es muy pronto para dar cifras verídicas acerca de este fenómeno epidemiológico que apenas está en expansión.

Ahora pues, debemos comprender que el SARS-CoV-2 es letal e infeccioso, cuyas víctimas ya alcanzan los 14.000 muertos a nivel global en una crisis que apenas lleva un poco más de tres meses y ninguna conclusión es, efectivamente, definitiva respecto a las repercusiones sanitarias de esta pandemia. Por ende, para evitar el colapso masivo de nuestras instituciones hospitalarias y no poner a pruebas nuestras capacidades logísticas, morales o éticas, es imprescindible aplicar un confinamiento estricto a la población que incluye distanciamiento social y protección individual en el uso de mascarillas y guantes, así como el lavado apropiado de las manos frecuentemente.

Comprendiendo que la forma más efectiva de reducir los contagios y la tasa de mortalidad para no colapsar nuestros hospitales es quedarnos en casa, debemos también entender que esto traerá un colapso económico sin precedentes, pues el caos no solamente será financiero, sino que además será mucho más peligroso, un colapso industrial y social que afectará a todas las áreas de la sociedad.

Al confinar a toda una población en sus casas, los niveles de productividad se estancan y con ellos la producción de riquezas que es la base del sustento de cualquier sociedad. Las medidas de inyección fiscal y estímulo empresarial, así como las políticas de bienestar social que se están tomando para contener la crisis del coronavirus están siendo financiadas con el dinero recolectado en una época industrial pujante y desarrollada que estaba interconectada a través de inmensas redes de transporte y consumo: redes que hoy están detenidas.

Ahora bien, las principales economías del mundo están dirigiendo todos sus esfuerzos en mantener la producción alimenticia, de ventiladores y mascarillas así como de otros bienes de primera necesidad a medida que el confinamiento se va extendiendo y haciendo más universal (drásticamente afectando a todas las demás industrias). Sin embargo, el gasto público se está elevando a niveles alarmantes y el déficit fiscal está explotando, pero esto con un grave problema añadido: no está entrando dinero a las arcas de la nación. Todos los demás sectores de la economía están estancados, turismo, tecnología, hostelería, automotriz, construcción, y todas las demás áreas etiquetadas "no esenciales" para la subsistencia humana.

Las repercusiones de que la economía se estanque y las empresas dejen de producir no solamente tienen consecuencias directas sobre las ganancias y sostenibilidad de la industria a futuro, sino que además implica despidos masivos que a su vez significa un corte en los ingresos de las personas y por ende, un aumento general de la pobreza y reducción masiva del consumo de cualquier otro bien que no sea comida o medicina. La cuarentena implica que dueños de bares, restaurantes, cines, clubes de fútbol, discotecas - y cualquier otro lugar de concentración de personas - caigan en bancarrota, ineludiblemente llevando a sus trabajadores al paro. Y esto, en una economía como la española donde el turismo representa una fuente de ingresos muy importante para el PIB, es un golpe muy duro a su futuro y bienestar.

La principal potencia económica y monetaria del mundo, Estados Unidos, está siendo duramente afectada también dado qué, eventualmente, tendrá que aplicar un confinamiento estricto para detener su futuro colapso sanitario. Sus bolsas y acciones más importantes han tenido una caída estrepitosa que obligó a la administración de Donald Trump a inyectar dinero para "mantener a flote" estas empresas - situación que no podrá ser sostenida a largo plazo. Entendiendo qué, el dólar es la principal moneda del mundo y que es usada como reserva en muchos países gracias a su solidez y baja devaluación, las consecuencias podrían ser infinitas.
Por el momento, el dólar con respecto a monedas como el euro o la libra esterlina está ganando terreno debido principalmente al colapso de la Unión Europea y la fase temprana de evolución del Covid-19  en Estados Unidos que aún no ha obligado a detener su actividad industrial de forma draconiana como España, Italia o Francia - victoria temporal, insostenible con el pasar de los días. Sin embargo, la inminente caída industrial de la nación dirigida por Donald Trump significará una caída estrepitosa del dólar como refugio ahorrativo produciendo pérdidas a escalas global sin discriminación de clase social (todo aquel que haya ahorrado en dólares verá mermada su capacidad adquisitiva), esto provocará sin duda una revolución monetaria que dará paso a un nuevo activo financiero a escala global: las mejores proyecciones estiman este refugio en las criptomonedas, que han tenido un rendimiento sin comparación en relación con el oro, Ibex 35 o cualquier acción del Dow Jones.

Ahora, la caída de la producción industrial no solamente tiene repercusiones numéricas pero sí prácticas, especialmente aquellos países que dependen exclusivamente de las importaciones. Entendiendo que se reducirá la cantidad de efectivos involucrados en las cadenas productivas, la cantidad de productos finales también se reducirá. Esto obligará a los mercados a satisfacer principalmente su demanda interna, y luego, el excedente enviarlo a exportación. Países subdesarrollados como Venezuela, o desarrollados como Corea del Sur sufrirán estas consecuencias. Pero hablemos de un país como Venezuela, cuya actividad industrial es muy deficiente y depende considerablemente de importaciones estatales y privadas de países como Colombia, Brasil, Estados Unidos o México. Ahora, entendiendo que estos países reducirán su producción y por ende su exportación, la crisis alimenticia en países subdesarrollados puede ser tremenda, produciendo una hambruna generalizada entre los sectores sociales. Este ejemplo es aplicable para cualquier país que dependa de las importaciones alimenticias para su abastecimiento.

En consecuencia, y entendiendo que la solución de esta crisis pasa primero por ralentizar la tasa de contagio, evitar el colapso del sistema sanitario, y encontrar una vacuna, los escenarios pueden ser aún más infinitos y complejos, y trataré de resumirlos a continuación. En el caso de que España, por ejemplo, detenga el colapso sanitario y los infectados, hay que comprender que detención no significa erradicación. La única forma de erradicar al virus y vencer esta crisis es encontrar o desarrollar una inmunidad contra la letalidad del Covid-19.

Pero bien, supongamos que al cabo de unos tres meses, España detiene el colapso sanitario. Contención no significa erradicación, el virus seguirá existiendo en la sociedad y por ende, estaremos expuestos a contraerlo, portarlo, transmitirlo y bien, morir o hacer que más personas mueran. En este sentido, evitar un rebrote - como ocurrió en la gripe española - es esencial. Pero, de alguna u otra forma tendremos que "reactivar" un poco la economía, y esto solo se logrará haciendo un cambio en la configuración social y cómo nos relacionamos entre sí fuera de casa. Mientras no exista cura, la reintegración será semi-progresiva y sujeta a extremos cuidados: mascarillas, guantes y lavado de manos (cualquier rebrote incontrolable significará un colapso mucho peor), serán tiempos de inestabilidad que cualquier mal movimiento podrá significar una hecatombe mucho más aguda.
Como consecuencia de estos cambios en los patrones de conducta, la sociedad tendrá que adaptarse, y mientras no exista vacuna o una inmunidad colectiva, tendremos que decirle adiós a bares, restaurantes, juegos de fútbol y cualquier otra actividad que involucre la exposición al virus: un cambio drástico en nuestras relaciones sociales. Incluso, encontrar pareja o hacer amigos será difícil pues no sabremos quién podría ser portador del virus (que aún desconocemos sus niveles de letalidad, y si dichos niveles podrían ser más agresivos).

Temo además por el equilibrio psicológico de la sociedad en el momento en que descubran, por sí mismos, que el confinamiento será prorrogado por mucho más de dos semanas y que sus puestos de trabajo y estabilidad financiera están seriamente comprometidos a causa de un virus que pudo haber sido contenido en su fase temprana de una forma más eficiente. Ahora las cartas están sobre la mesa, y hay que encontrar una forma de salir de esta crisis que, como ha dicho Pedro Sánchez, apenas está empezando.

Es nuestro deber como miembros de la sociedad acatar al máximo estas medidas para mitigar los efectos drásticos de esta pandemia. Espero entendamos la gravedad de la situación.

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