Hay un fantasma merodeando

El fantasma del confinamiento está merodeando por las calles de España, el eco de una cuarentena reincidente está haciendo estragos con las ilusiones y sueños de la mayoría; esta larga y aparente interminable pesadilla nos está provocando náuseas. Parece que cualquier intento, por mucho que se aplique, es insuficiente para controlar la situación. La encrucijada del asunto no solamente radica en la letalidad sanitaria que trae por sí sola; sino también el alto oleaje de destrucción económica consecuente de una suspensión temporal y prácticamente total de la economía nacional. Este enemigo epidemiológico no está dando tregua, y ha retrocedido para dar pasos hacia adelante, como la máxima ideológica que expresaba Mao Zedong durante la revolución cultural en China.  

Sin embargo, y aunque algunos apuestan por la enajenación de la peligrosidad inminente o la minimización del asunto, debemos ser conscientes que rendirnos es una opción muy costosa – y que lamentablemente no tenemos dinero para darnos tal lujo de inacción. El panorama actual nos está ampliando muchas perspectivas; por ejemplo, no importa qué tan grande sea el tamaño del Estado, el virus siempre se expandirá si el accionar individual no es el apropiado o idóneo para detener los contagios.  

Ahora bien, y a modo cierto de que el movimiento libertario ha estado cogiendo fuerza en el vértice político, debemos apuntar cosas coherentes en este sentido. La pandemia nos ha enseñado qué, con o sin Estado, los infectados no se detendrán si no interiorizamos correctamente las medidas sanitarias que se nos ha recomendado seguir. Me quisiera dirigir hacia aquellos extremistas sanitarios – con una aparente jerarquización vertical de carácter científico - que reclaman de nuevo una cuarentena radical. Desde luego, encerrar a toda la población nuevamente reducirá por regla de tres cualquier cantidad de contagios y su ciclo de reproducción. Ahora bien, ¿nos hemos preguntado el precio de tal excepción obligatoria?  

No podemos darnos el lujo de aplicar de nuevo un confinamiento, si aún no se ha percibido por completo el caos económico de la primera cuarentena, con la segunda indudablemente habrá un shock de tamaños desproporcionados. Entendemos que el COVID-19 puede tratarse, o, mejor dicho, hay altas posibilidades de supervivencia - aunque en ciertos casos resulta una situación de alta letalidad. Hay muchas incógnitas con respecto a la “vacuna” que curará esta enfermedad, sin embargo, no hay cura para el hambre que causa la falta de dinero, y que, a su vez, la escasez monetaria está directamente relacionada con la falta de empleo.  

La cuarentena nos ha demostrado como los niveles de desempleo pueden llegar a índices mucho más altos de los que ya conocíamos. Esta interrupción a la vida causa un desequilibrio en todos los vértices e incluso genera un déficit de recaudación fiscal al Estado a causa del declive económico. Tanto los maximalistas ideológicos que reclaman un confinamiento radical de nuevo, como los extremistas liberales que imploran la abolición actual del sistema legislativo, tienen sesgos ópticos de la realidad muy acentuados.  
Me considero un liberal económico decepcionado con la sociedad actual, bien sea dicho, producto de la configuración cultural estructurada a través de los programas gubernamentales oprobiosos que fomentan la ignorancia y dependencia estatal. Sin embargo, la población no ha elevado su consciencia en los términos necesarios para educarse lo suficiente sobre la peligrosidad no solamente del virus, sino de sus consecuencias inherentes. Aún, y a pesar de las penalizaciones impuestas para los infractores de las recomendaciones sanitarias, hay personas que siguen haciendo caso omiso a las instrucciones – como si estuviésemos jugando algún juego de niños.  

En Venezuela y en Argentina se ha tomado la situación pandémica como un arma política que desde esta tribuna me gustaría denunciar. El sueño dorado de los tiranos autoritarios que anhelan una población embrutecida, encerrada, callada y con miedo parece que llegó con nombre de “coronavirus” en estas dos naciones; comandadas por líderes astutos sumamente perversos. En Caracas y el interior del país, las personas están encerradas en una “cuarentena radical” sin posibilidad de trabajar, en un país donde el agua no llega por tubería, el servicio eléctrico se ausenta hasta cinco horas al día, la distribución de gas demora hasta tres meses, y la industria nacional ha sido destruida gracias al intervencionismo corrupto de un gobierno malévolo.  

Ahora bien, si España no quiere llegar a los niveles de destrucción económica, el accionar individual resulta el acto de heroísmo patrio más grande que se puede ejercer, el deber de cuidarse a sí mismo para cuidar a los demás. El futuro no es mañana, es ahora; debemos ser conscientes para seguir disfrutando del trabajo, el aire libre, y bien sea dicho, la libertad.  


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